19.2.18

Shhh...

Se tumbó sobre el húmedo césped del campo y cerró los ojos. Se concentró. Primero, eliminó mentalmente el sonido del viento. Después, «apagó» el de los coches de la autopista cercana. Luego vino el turno a los pájaros de un árbol, el zumbido de los insectos y a un avión.

Se concentró más: ahora empezó a acallar el sonido de su lenta respiración pasando por las fosas nasales, raspando su garganta, arañando débilmente sus alvéolos. «Desconectó» el bombeo rítmico de su corazón, el trasiego de sus tripas, la fricción con su ropa, el fluido de la sangre por sus venas.

Demasiado ruido aún.

Una gota de sudor perló su sien mientras silenciaba el roce de cada hoja de césped, el raspado de las patas y mandíbulas de los insectos que se movían por ellas o por el suelo, las pequeñas piedras o granos de arena que desplazaban. La propia gota que se pegaba y despegaba a lo largo de su piel en su camino hacia el suelo. También una caca de pájaro chocando contra una rama a lo lejos y algunos topillos y gusanos escarbando bajo la tierra, y larvas pudriendo cadáveres en descomposición.

Demasiado ruido todavía.

Tensó los músculos y tuvo que hacer acopio de todo su tesón para que el estrépito de sus tendones rozando sus articulaciones no tumbara el estado que había alcanzado. Silenció ese estrépito y empezó a concentrarse en el crepitar de las superficies bañadas por el sol. Las bacterias moviéndose, sus células replicándose, Las placas tectónicas rozándose. El magma bullendo kilómetros por debajo de él, e incluso el roce del núcleo terrestre contra ese magma que perturbaba infinitesimalmente la superficie. El choque de partículas en sus azarosos movimientos brownianos. La colisión de rayos gamma de estrellas lejanas. La de neutrinos. Los intercambios químicos y eléctricos de su cerebro en tensión con el resto de su cuerpo. Las fuerzas de marea de la Luna. Otro gran esfuerzo y dejó de oír la excitación atómica de los trillones de elementos que le componían y los que estaban a su alrededor.

Casi. Pero aún era demasiado ruido.

Relajó los músculos. Esperó a notarse estable y confortable en ese estado. La espuma cuántica estaba ahí, a solo un paso. Llevaba años intentándolo y jamás lo había logrado antes, pero siempre hay una primera vez para todo. Se concentró. Se concentró. Un poco más. Casi. Casi. Y... por... fin...












Este relato participa en la iniciativa Divagacionistas.

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