19.6.17

Pérdida

Como cada mañana antes de salir, empezó a rellenar sus bolsillos de todo aquello que le podía hacer falta a lo largo del día. Un viandante que asistiera a tamaño espectáculo, probablemente añadiría "suponiendo un ataque zombie a escala masiva". Siempre elegía pantalones con bolsillos grandes, enormes, para ese motivo y, si bien no era escrupuloso en general con la estética o la moda, si algo le causaba un trastorno es el que le regalaran unos pantalones donde no pudiera meter cómodamente sus manos en sus bolsillos hasta la mitad del antebrazo. Y si tenía un par de bolsillos extra en la parte inferior del pantalón, a ser posible con botones, velcro o cremalleras –en orden inverso de preferencia–, tanto mejor.

Así pues, además de la preceptiva cartera, llevaba: las llaves, atadas con una cadena a una de las trabillas más cercanas al bolsillo, y rodeando el interior de la cartera para asegurarla ante un intento de hurto; un pañuelo; también llevaba el resto del paquete de pañuelos; una cajita de juanolas, que le confería un aspecto de maraca humana gigante al caminar; ocho euros con cuarenta y cinco, que llevaba fuera de la cartera por si algún día la pudiera perder; un destornillador pequeño; un juego de ganzúas; y una navaja multiusos.

Con su aspecto a medio camino entre un pescador despistado, un cantante de hip-hop venido a menos y un nerd expulsado de una convención de ciencia ficción, estaba llegando a su trabajo –como cada mañana, demasiado tarde y a toda prisa– cuando, con el frescor de la alborada, metió sus manos hasta el fondo del abismo para descubrir, con horror, el enorme agujero que auguraba una terrible pérdida...

Este relato participa en la iniciativa Divagacionistas.