9.1.11

Antiprocesos (A veces pasan cosas)

Yo insistía en que Starman, el personaje alienígena de una antigua serie de televisión, usaba sus poderes telequinéticos tras extender la palma de su mano con tres pequeñas canicas plateadas en ella. Marta decía que no, que sólo usaba una. Pero yo cerraba los ojos y podía jurar que veía la imagen del primer plano de la mano con tres bolas girando en ella. Hicimos una pequeña apuesta, consultamos en Youtube...
...y, a pesar de tener esa imagen mental tan clara, ese recuerdo perfecto de las tres bolas de Starman, eso nunca ocurrió.

Éste fue un debate más bien leve y tonto, sin mayor repercusión que la de reafirmarme en la facilidad con la que nuestros recuerdos son maleables y vienen filtrados una y otra vez por nuestras vivencias posteriores, nuestra predisposición anterior, y una mezcla de combinaciones aleatorias con otros recuerdos, fantasías, ilusiones, etc. Bueno, eso y que perdí la apuesta.

Pero, ¿y si se hubiera tratado de una discusión más seria, donde dos (o más) personas discuten sobre un dato relevante que puede modificar seriamente el curso de una relación interpersonal?

El terreno de los debates/discusiones viene tratándose desde hace milenios (Sócrates, Aristóteles, Platón y toda esa plaga no tenían nada mejor que hacer que filosofar al respecto, al no existir aún los programas del corazón en la televisión), así que no cabe duda de que el recurso de la dialéctica, de aprender a hablar bien aportando argumentos convincentes, es y ha sido siempre importante (sobre todo en aquellas funciones donde se habla mucho y se hace poco, como en política o en un bar). Seguramente habréis visto por multitud de lugares cursillos sobre "cómo hablar en público".

Sin embargo, lo que no está tan tratado es el aprendizaje de escuchar los argumentos. ¿Alguien ha visto acaso algún cursillo sobre "cómo esuchar al público"? Y eso que parece obvio que saber escuchar es igual de importante que saber hablar, ya que sin lo primero, para lo segundo valdría con soltarle peroratas a una pared autista. Quizá fuera Zenón, un amiguete de los filósofos anteriores, el que dijo algo como "tenemos dos oídos y una boca, precisamente para escuchar más y hablar menos".

Cuando hay algún tipo de conflicto interpersonal, hay personas que optan por callarse los problemas y aguantar hasta que estallan, y otras que están dispuestas a hablar en cuanto se produce el conflicto. Personalmente, estoy más cerca de los del segundo tipo, aunque cabría añadir "y escuchar". La resolución de conflictos interpersonales se basa en el derecho que todo el mundo tiene a dar y pedir explicaciones sobre los actos de la vida cotidiana que les han herido o que pueden haber herido a otros. Como en el deporte, se trata de un "músculo mental" que sólo se mejora a base de usarlo una y otra vez, intentando pulirlo aunque salga mal, sin tirar la toalla. y aprendiendo de los errores. De nuevo, si alguien te pide explicaciones y no quiere escucharlas (o si te las da y tú estás demasiado irritado/enfadado/descontento/desengañado/pon_aquí_cualquier_razón como para ignorar lo que quiera que te vayan a decir), no hay lugar a un proceso de entendimiento.

Precisamente, esta actitud es la que se conoce como "antiproceso". Cuando, incluso antes de escuchar a alguien, ya "tienes claro" que lo que va a decir no va a modificar tu forma de pensar. Por un lado, porque el ser humano es increíblemente reticente al cambio en general (lo cual es bastante lógico, ya que requiere un esfuerzo que no requiere el "quedarse como uno está"). Por otro, porque nuestro sistema de valores, nuestras vivencias, recuerdos, etc., suponen un filtro (como mencionaba anteriormente) de lo que vamos a recibir; si estamos peleados con otra persona, ese filtro puede llegar a ser completamente opaco o, lo que es aún peor, un filtro distorsionador del mensaje para que se adapte (y reafirme de paso) a nuestra concepción de que esa otra persona está mintiéndonos, o contra nosotros, que "no se entera", "no atiende a razones", o simplemente que es idiota hasta el tuétano.

Ejemplos típicos son los debates de taurinos/antitaurinos, ateos/creyentes, windowseros/maqueros/linuxeros o yogur_de_melocotón/yogur_de_coco. Como se puede ver, a veces la cosa va sobre gustos y el debate puede ser tan simple como "razones por las que me gustan/no me gustan", para que otros entiendan por qué te gustan o no, o tú entiendas (aunque no compartas!) las razones que les motivan a apoyar su causa. O las irrazones, que en muchos casos son igualmente válidas, sólo que las disfrazamos con razones pensadas a posteriori para tratar de darle un sentido que posiblemente sólo se explica con un "porque me hace sentir mejor" o "porque estoy acostumbrado a esto", y las razones que las envuelven acaban siendo en ocasiones débiles y "fácilmente atacables" o manipulables.

El asunto es muy complicado y profundo (intervienen factores culturales y sociales, familiares, etc., como el típico caso de "pues en mi casa jugamos así"), demasiado complicado como para que en disputas serias se tienda a ningunearlo con un "Es muy fácil, A es lo que B tendría que hacer, que es lo normal". No olvidemos que:
-B puede no haber sabido bien qué era lo que quería (o había que) hacer.
-B puede no haber sido capaz de hacer lo que quería (o creía que quería) hacer.
-B puede no haber sido capaz de explicar bien lo que quería hacer.
-Lo que B ha explicado a C puede haberse distorsionado por el medio en el que lo ha comunicado (con un entorno de ruido u otras personas hablando, por ejemplo).
-C puede haber escuchado mal el mensaje que le ha llegado de B.
-C puede haber malinterpretado el mensaje que ha escuchado.
-A puede no ser lo normal en absoluto para el resto del mundo, o al menos no para B.

Y todo esto sin que medie ningún tipo de mala fe, y únicamente sutiles variaciones de los sentimientos originales. Lo siguiente es parte de un chiste, pero seguramente todos habremos asistido a ejemplos similares:
-Señoría, mi hijo me preguntó "Papá, ¿qué hora es?", pero yo le entendí "Papá, machácame la cabeza con un martillo neumático".

Además, estamos hablando de un caso puntual teóricamente aislado. En el mundo real, cada caso puntual suele ser el último de toda una serie anterior de casos puntuales (es decir, de una montaña de confusiones). A todo el problema anterior, se le suma la llamada "lista de agravios": no se puede llegar a un acuerdo en un punto en concreto porque siempre hay 800 más que puedes sacar a colación y que reafirman que B es un canalla/mentiroso/ladrón/lo_que_sea. Cada elemento de la lista lleva a otros, dejando el primero sin cerrar, y la conversación termina siendo un bucle de recriminaciones que acaba cuando alguno de los interlocutores pierde la paciencia, la resistencia, o tiene algo más interesante que hacer, como contarse las pelotillas de los dedos de los pies.

Me gustaría extender esta parte con ejemplos prácticos reales, pero como cada cual tiene los suyos, dejémoslo en que C le dice a D: "Ayer B se fue del bar sin pagar su parte de la cena, qué miserable es". D le explica "Es que se había olvidado la cartera, así que se la pagué yo y esta mañana me devolvió el dinero". C insiste: "Siempre hace lo mismo, una vez se quedó sin fuego y se llevó un mechero de mi casa. Hay que ser miserable."

Supongo que os sonará el tema. Para C, B va a ser un miserable aunque vengan Jesucristo, Allah y Buda en persona y le expliquen que, aunque en conjunto parezca que B es un miserable, sólo han sido actos independientes en momentos concretos que tenían una explicación (plausible para B, al menos) y que, además, por lo general se arreglaron en su momento.

Algo curioso de la lista de agravios es la disparidad de la "gravedad" de los mismos; el que se haya llevado un mechero de tu casa puede salir como argumento reafirmatorio aunque el tema de lo que se discute es acerca de una herencia sustanciosa (ah, las herencias, ese gran invento para los abogados y notarios del mundo). O qué decir de una ruptura de pareja. La lista de agravios se fabrica sola, pero cuesta muchísimo esfuerzo desmontarla (por no decir que es imposible).

Nuestro cerebro se resiste a creer que cada cosa de la lista puede ser un malentendido o incluso no tener la más mínima importancia; y, aunque se lo crea, muchas veces ni se molesta en recordar que ya se lo ha creído, y vuelve a insistir a la mínima de cambio en esa herida sin una buena cicatriz. Por no comentar que, aunque la lista contenga cien elementos, basta que haya uno de ellos (por estúpido que sea visto en perspectiva) que no tenga una "Perfecta Razón De Haber Pasado Que Me Convenza A Mí Y Que También Me Haya Pasado Alguna Vez Y Sea Capaz De Recordarlo Y Asumir Que Yo También Daría Mala Imagen A Otras Personas Aunque No Me Considere Un Canalla", decía que basta con uno solo de esos elementos sin explicación megasatisfactoria para que toda la lista se contamine de nuevo del tufo de la incredulidad y vuelva a ser usada como munición, arsenal y trinchera.

Con todo lo que llevamos hasta ahora, y teniendo en cuenta que las relaciones humanas no son de uno a uno, sino de muchos a muchos, y que en ocasiones sí interviene la mala fe, ¿no os asombra que, a veces, hasta consigamos llevarnos bien?

Sólo como ejemplo de antiprocesos que se me ocurrirían para esta propia entrada:
-Uf, esto es un tostón y paso de leerlo.
-Esto es psicología de parada de autobús, así que lo que dice no tiene fundamento.
-No hay más que leer las tonterías que ha dicho este tío otras veces, no se le puede tomar en serio.
-Con lo desastre que es, seguro que lo ha entendido todo mal.
-Es un bicho raro, no se le puede tomar en serio.
-Eso lo dice por fastidiarme.
-No me he enterado de nada de lo que dice.
-Eso lo dice porque D le ha dicho que lo diga.
-Éste siempre está haciendo de abogado del diablo.
-Ponga su razón aquí (o en los comentarios, vaya).

En definitiva, escuchar de verdad requiere de un enorme esfuerzo y de gran valentía para asumir que, después de todo, no somos infalibles, todos nos equivocamos y la otra persona llevaba razón (o, al menos, que su postura es tan válida como la mía y no hay motivo de conflicto): Starman usaba sólo una bola, donde vi un 3 ponía un 1, olvidé haber dicho X (o esa persona nunca dijo X aunque juraría haberlo escuchado), el coco también le gusta a mucha gente -o si no, no venderían cosas con coco- y eructar tras comer es lo más normal en algunos lugares (e incluso es irrespetuoso no hacerlo allí).

Así que, antes de comenzar una discusión/debate haríamos bien en preguntarnos: ¿algo de lo que me diga la otra persona me haría cambiar de parecer? ¿Soy capaz de asumir que me equivoco? ¿Soy capaz de asumir que la otra persona tiene razón? ¿Puedo entender una postura distinta a la mía o considero que sólo mi forma de hacer las cosas es la correcta/sensata/lógica/normal para todo el mundo? O, quizá la más importante: ¿quiero llegar a un entendimiento?

Si la respuesta a cualquiera de esas preguntas es "No" (y sed sinceros con vosotros mismos, basta con que hagáis memoria de qué os ha pasado en situaciones anteriores), tal vez no merezca la pena hacer perder el tiempo a nadie hasta que no hayáis meditado en profundidad si sabéis escuchar, y os predispongáis para entenderos cuando llegue el momento.

Como rúbrica (o contrapunto, como queráis entenderlo) a esta entrada, una frase que leí hace tiempo:
-Nunca des explicaciones: tus amigos no las necesitan y tus enemigos no van a creerte de todas formas.

¡Feliz Año Nuevo lleno de entendimiento para todos! ¡Por las 3 bolas de Starman!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces pasa cada cosa..... y está bien eso que dices " tus amigos no las necesitan y tus enemigos no quieren ..creerte.

Anónimo dijo...

Yupi!una entrada!

Anónimo dijo...

A veces también están los que defienden posturas distintas a las suyas para intentar ver otros puntos de vista. Eso quema a la persona con la que discutes, pero es una estrategia que me ha sacado de muchas dudas.